Hemos incursionado en terrenos poco explorados como tratar de ‘adivinar’ el
motivo del celibato de Jesús y hemos avizorado una razón ‘verosímil’, porque en
sí misma es racional y hasta lógica: no transmitir a su descendencia el pecado
original.
Aunque, si bien es cierto, la naturaleza del ‘pecado original’ es un tema
que aun pertenece al ‘tabú’, cualquiera que sea esta, no hay duda de su
existencia, y como tal, resulta absolutamente normal que Jesús ‘desee’
abolirlo, máxime si se acepta que lo haría mediante su resurrección.
Y también planteamos la ‘fórmula magistral’ para el ‘manejo’ del celibato:
JESÚS CÉLIBE + PEDRO NO CÉLIBE =
CELIBATO OPTATIVO
Pero ¿por qué optativo, y no de una vez por todas, lo uno o lo otro?
La respuesta no ha de estar en la filosofía, no ha de estar en la teología ni
en alguna ideología. No. La respuesta a esta pregunta ha de estar en la
realidad monda y lironda. Tal vez, en la política.
Por una sencilla razón: el matrimonio, en cuanto sacramento, es ‘materia
profesional’ del sacerdote, en la misma forma que la construcción lo es para el
ingeniero, el proceso judicial para el abogado, la salud del paciente para el
médico, etc, y así como el éxito profesional de estos es independiente (o suele
serlo) del éxito de su matrimonio, no se puede decir lo mismo del sacerdote.
El divorcio de un sacerdote compromete automáticamente su ‘idoneidad
profesional’ (ante sí mismo y ante la sociedad) al igual que la caída de un
edificio para el ingeniero, un mal proceso judicial para el abogado, etc, etc.
Significa esto, que si bien es cierto el sacerdote puede ejercer con todas
las de la ley su ministerio casado o soltero, el riesgo de la idoneidad de su
ejercicio profesional es muy grande cuando su éxito está vinculado estrecha e
inherentemente al éxito de su matrimonio. Y no voy a mencionar la multiplicidad
de factores (económicos, sociales, laborales, psicológicos…) que conlleva como
para que su éxito esté garantizado por el hecho de ser sacerdote.
Pero antes de continuar, es preciso absolver esta cuestión: ¿Quién opta?
Habida cuenta que Jesús, el generador de toda esta temática, al formar un
grupo sobre el cual iría a delegar las funciones de su Iglesia, creó, de suyo,
una ‘Institución’, con jefe y todo, y como tal, ‘administra’ sus funciones, y
de paso a sus ‘funcionarios’, y, como se dice, ‘se reserva los derechos de
admisión’.
Y el quid del embrollo está justamente en este aspecto: Siendo
optativo, quien opta es la Institución. Y de cara al alto riesgo que conlleva
el éxito del matrimonio del sacerdote, la respuesta ‘política’ es automática: El celibato.
Es por esto que al celibato lo podremos ver con el lente que tengamos a la
mano: o como un don procedente del cielo, o como la mejor forma de amar a la
humanidad, o como una forma para no transmitir el pecado original, o como una
tontería de la Iglesia, o como un pragmatismo mondo y lirondo. Todas son
verdaderas.
Y es bueno que también sea visto como una decisión política. Y también es
bueno que sea cierto. Porque así es materia transaccional. Pero el veneno (y el
reto) está en garantizar el éxito del matrimonio del sacerdote.
Como recientemente el sínodo de obispos (en corrección a su antigua ley) se
pronunció en el sentido que el celibato no es esencial para el ejercicio del
sacerdocio, es clarísimo que no está prohibido, y es claro, por supuesto, que
los sacerdotes pueden aspirar legítimamente al ejercicio de su ministerio como
casados.
El problema está, entonces, en ponerle el cascabel al gato.
Desde luego que habrán casos en los cuales el éxito matrimonial del
sacerdote tenga todos los factores que lo garanticen, pero, como en todas las
instituciones, la Iglesia corta por lo sano ‘generalizando’ la opción del
celibato cuidándose así del riesgo, pagando ‘justos por pecadores’, como se
dice vulgarmente.
El ‘problema’ no está, pues, en el celibato sino en el matrimonio, o mejor,
en el divorcio del sacerdote: ¿a qué términos se reduciría el tema de la
familia en la homilía de un cura divorciado?. Y, por ende, la discusión ha de centrarse en cómo garantizar el
éxito del matrimonio para un exitoso ejercicio profesional del sacerdote, tema en sí mismo mucho más proactivo que la estéril discusión del
celibato.
Y si lo traducimos al atajo del ejercicio de la homosexualidad o a la gravísima aberración de la pedofilia, vemos en estas repudiables prácticas un profundo trastorno psicosexual derivado (muy probablemente en no pocos casos) de la 'negación forzada' del legítimo ejercicio de la relación de pareja, y no como el ejercicio heroico y varonil de imitar a Jesús, quien se propuso a combatir el 'pecado original', la mancha genética inductora de muerte y proclividad al desorden, trasmitida 'de generación en generación mediante el acto de la procreación'.
Y si lo traducimos al atajo del ejercicio de la homosexualidad o a la gravísima aberración de la pedofilia, vemos en estas repudiables prácticas un profundo trastorno psicosexual derivado (muy probablemente en no pocos casos) de la 'negación forzada' del legítimo ejercicio de la relación de pareja, y no como el ejercicio heroico y varonil de imitar a Jesús, quien se propuso a combatir el 'pecado original', la mancha genética inductora de muerte y proclividad al desorden, trasmitida 'de generación en generación mediante el acto de la procreación'.
Como corolario, y a título de reivindicación a la mujer ‘separada’
injustamente en un celibato mal entendido, me atrevo a afirmar que es
absolutamente justa su demanda de estrecha participación ritual: a la mujer le
pertenece, de principio a fin, el momento más característico de la vida de
Jesús.
Habida cuenta que los apóstoles brillaron por su ausencia, escondidos por el temor a la persecución generada por la suerte de su Maestro caído en desgracia ante su propio pueblo y los romanos, nada más cierto históricamente que es a la mujer a quien le corresponde presidir aquellos momentos de memoria de la resurrección, puesto que fue una mujer quien llevó esta noticia a los apóstoles y al mundo.
Habida cuenta que los apóstoles brillaron por su ausencia, escondidos por el temor a la persecución generada por la suerte de su Maestro caído en desgracia ante su propio pueblo y los romanos, nada más cierto históricamente que es a la mujer a quien le corresponde presidir aquellos momentos de memoria de la resurrección, puesto que fue una mujer quien llevó esta noticia a los apóstoles y al mundo.
Sé que así no piensa la Iglesia, pero es una buena propuesta. Fin.
1 comentario:
muchas cosas de nuestra vida cotidiana y de la historia religiosa, han sido instaurados por la iglesia hace muchos años de manera unilateral (empezando por nuestro calendario!) asi que el celibato puede ser simplemente un capricho de algun papa hace cientos de años y nos quedó así porque nadie fue capaz de cambiarlo... asi es como la iglesia poco a poco se deprime, por no cambiar, evolucionar y aceptar errores de años atrás, el mundo cambia, ellos no.... que lástima.
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