Y aunque se piense que tal búsqueda implique todo un ‘magister’ en Biblia, más aún exhibiendo, como en mi caso, una vasta ignorancia en la Biblia, resulta sorprendentemente sencillo.
Basta simplemente con aceptar una premisa: el proyecto de Jesús estaba orientado a ‘librarnos’ de pecado, y éste, según las Escrituras, fue introducido por Adán y Eva. Este es el quid del asunto. La pregunta que surge es ¿qué relación tienen Adán y Eva con su celibato? Significa que simplemente debo hojear la Biblia y dirigirme a los apartes pertinentes sobre estos personajes: El Génesis.
Basta simplemente con aceptar una premisa: el proyecto de Jesús estaba orientado a ‘librarnos’ de pecado, y éste, según las Escrituras, fue introducido por Adán y Eva. Este es el quid del asunto. La pregunta que surge es ¿qué relación tienen Adán y Eva con su celibato? Significa que simplemente debo hojear la Biblia y dirigirme a los apartes pertinentes sobre estos personajes: El Génesis.
El problema está, como en todo, no en el texto sino en su interpretación.
Tuve la oportunidad de adelantar un ensayo (www.paraisobiblico.blogspot.com), donde, grosso modo, se plantea secuencialmente algunos aspectos alusivos a la creación del hombre y su ulterior caída en el pecado, y resulta (aunque hipotéticamente) coherente con la noción de San Agustín por la cual la "transmisión del pecado original" se lleva a cabo "de generación en generación mediante el acto de la procreación". La 'mancha' del pecado original, no parece ser un mero término metafórico o abstracto; está asumida como una alteración genética generadora de muerte y proclividad al desorden, y se transmite genéticamente, de allí, hereditaria.
En este orden, el ‘pecado’ pertenece intrínsecamente a la naturaleza humana, a su genética (todo apunta a que en su expresión mendeliana dominante), y basado en esta noción, así sea hipotética, resulta ‘sospechosamente’ coherente con el celibato de Jesús.
Así planteado, el raciocinio es simple: si el pecado original se transmite de 'generación en generación mediante el acto de la procreación', si no se ejerce el acto de la procreación, no se transmite el pecado original. Y si Jesús vino precisamente a combatirlo, caería en grande incoherencia al procrear hijos ‘intrínsecamente pecadores’. (Recordemos en Gregorio Mendel, que el hijo hereda por igual las características de sus padres, y que si bien, Jesús carecía de 'pecado', su esposa, no, y por vía materna, se trasmitiría la tara genética de la proclividad al desorden y a infringir la ley).
Un esquema mendeliano podría explicar lo antes dicho:
P+P+ = pecador homocigoto;
P-P- = no pecador homocigoto;
P+P- = pecador heterocigoto.
Un esquema mendeliano podría explicar lo antes dicho:
P+P+ = pecador homocigoto;
P-P- = no pecador homocigoto;
P+P- = pecador heterocigoto.
Según esto los hijos de Jesús heredarían el alelo 'pecador', por tanto estaría, no combatiendo el pecado, sino promoviéndolo.
Es coherente (así sea hipotéticamente), entonces, que Jesús no tuvo hijos, para no constituirse, a la manera de San Agustín, en ‘transmisor del pecado original’.
Hay allí, si se quiere, mucha tela para cortar, pero el tema del celibato ha de ir, mucho más allá, que el simple hecho de negar la relación de pareja.
Si hemos de hacer un resumen propositivo, debe pensarse en una sencilla ecuación, nivel de matemática elemental: Jesús, célibe, fundó su Iglesia; Pedro, no célibe, su representante. Despejando esta fórmula, su respuesta no puede ser más obvia: el celibato es optativo.
Bajo este planteamiento (así sea hipotético), puede significar que adoptar el celibato para no constituirse en ‘transmisores del pecado original’, es una opción muy piadosa, muy legítima, muy real (no es simbólica) y además, si voluntaria, más edificante.
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