viernes, 11 de noviembre de 2011

el celibato: ¿por qué (fue) obligatorio?








La creación de Adán. Miguel Ángel Buonarroti

Nota preliminar: los principios básicos que se discuten, se presumen suficientemente conocidos por el lector.


ADVERTENCIA: Este tema es altamente sensible porque afecta directamente la forma de vida de los sacerdotes católicos. La opinión que aquí se lanza, en lenguaje directo pero respetuoso, ha de tomarse a título informativo para que el lector, acorde con sus convicciones, la sabrá valorar en su justa dimensión. 

________________________________________

El celibato (tema muy antiguo) fue introducido en la historia por Jesús, no como concepto filosófico sino como comportamiento, cuyo dilema es muy simple: casarse o no casarse. No lo llamaría un dilema moral porque ambas condiciones son legítimas. Y aun más si Jesús, su paradigma, jamás lo propuso como ritual, ni como medio expiativo, ni como forma para acercarse a Dios ni nada más allá que una decisión personalísima de Él mismo.

Todos sus discípulos, menos uno, eran hombres casados. Si Jesús hubiese pensado en el celibato para sus sacerdotes, no habría sido Pedro sino Juan el primer Papa, o más aun, todos sus discípulos hubiesen sido hombres maduros solteros, verdaderos célibes, no como Juan, quien era más púber que célibe.

Es incoherente pensar que Jesús tuviese alguna ‘prevención’ personal por el matrimonio cuando Él mismo lo instituyó, asistiendo a una boda en la cual ‘inauguró’ sus milagros, con uno muy apropiado al momento: convertir agua en vino. Nada más explícito. Es un momento alegre y hay que celebrarlo.

Y aun más incoherente es pensar que Jesús pidiese a sus discípulos que ‘abandonen’ a sus familias para seguirlo a Él. En este caso, el divorcio sería el ritual, y no el celibato.

Francamente es curioso que la Iglesia hubiese decidido mediante una ley (siglos atrás), ‘obligar’ a sus sacerdotes que opten por el celibato, cuando en ningún momento se vislumbra que este hubiese sido un deseo de Jesús. Él lo fue, ciertamente, pero no se descubre en su mensaje que tal condición deba ser inherente para sus sacerdotes. Si de lo que se trata es ‘imitar’ a Jesús, ¿por qué entonces sus sacerdotes no andan todos en sandalias, hablan arameo, etc, etc,?.

Y también es curioso decretar que tal ‘obligación’ sea por ‘amor ’. No parece sensato ‘clasificar’ el amor, y que el de los sacerdotes sea ‘mejor’ que el de muchísimas personas que se dedican toda la vida con el mayor esmero y calladamente a sus quehaceres. Y peor aún es pensar que desde el ‘celibato’ se ame más a la humanidad. En tal caso, gran incoherencia sería la de Jesús en señalar como discípulos suyos a hombres casados. Y aún más incomprensible es pretender ‘casarse’ con Jesús  (en el rito de adopción del celibato, las religiosas se 'casan' con Jesús), si lo que Él quería, precisamente, era ‘no casarse’. Y, en fin, si el ‘amor’ es igual en todos los ámbitos, entonces ¿cuál es el lugar del celibato?

¿Misoginia? No pocos hablan de María de Magdala, la magdalena, como un personaje central en la 'campaña pública’ de Jesús, personaje del cual se habla más del acercamiento personal con Jesús, que de su rechazo. Y la historia no niega que fueron mujeres las que intervinieron en los momentos cruciales de su muerte y resurrección. Puede afirmarse que los momentos más característicos y definitivos de la vida de Jesús, el paso entre el ‘antes’ y el ‘después’, un lugar históricamente privilegiado, el de su propia resurrección, fue acompañado por mujeres. Es difícil argumentar una actitud ‘antifemenina’ en el tema del celibato de Jesús.

Hay algo que no ‘cuadra’ en esta temática histórica. ¿Misterio? Desde luego que hay misterios. Pero estos se asumen como tales en reverencia, sin necesidad de abandonar las condiciones sociales y culturales de quien profesa tal admiración. Es posible ‘admirar’ el celibato de Jesús, si en él vemos un misterio, sin ser célibes.

Aterricemos el tema: 1. Jesús fue célibe, pero no hay indicios históricos que permitan deducir que esta fuese una condición para sus sacerdotes. 2. Tampoco hay elementos históricos que revelen la intención explícita de su celibato.

¿Qué hay, entonces, en el celibato, que lo convierta en uno de los temas más ampliamente debatidos de la historia? Quizás, la fascinación que produce lo desconocido, lo oculto. Y de aquí, precisamente, el reto que se propone este ensayo.

Teniendo como premisa que Jesús no expresó el motivo de su celibato, es posible intentar un acercamiento a una posible motivación.

Empecemos con la pregunta del millón: ¿por qué Jesús no contrajo nupcias? 

¿Cierta actitud misógina, en el sentido que si las mujeres no hicieron parte del grupo de discípulos de Jesús, de allí su celibato? ¿Que el acto sexual es, de suyo, pecaminoso, y no está bien que los sacerdotes, al igual que Jesús, incurran en tal pecado? Estas hipótesis se derrumban ante el hecho que sus discípulos eran hombres de familia.  
La motivación hay que buscarla en la realidad y no en el terreno de los dogmas, tierra movediza que ha sido causa funesta de sangrientas guerras y prolongadas cacerías de brujas y torturas indecibles. Uno de los grandes problemas metodológicos del dogma, es la idea que la realidad se modifica según sea mi creencia, o que la realidad ‘es’ según mi creencia: si creo en Dios, Dios existe. Si no creo en Dios, Dios no existe. Y trenzarse en la discusión entre el sí o el no, lo único que produce, parodiando a Pascal, es preocupar a Dios, si existe, o a nadie, si no existe (El teorema de Pascal dice que es mejor creer en Dios, que no creer, porque si existe, me salvo, y si no existe, no me pasa nada. Y gano más, salvándome).

Hay una primera cuestión a resolver: ¿Si Jesús no exigió el celibato a sus sacerdotes, por qué la Iglesia, sí (años atrás), y obligatoriamente? 

En sana lógica, debe ser a título optativo. Miremos los hechos: Jesús fue célibe, pero delegó su Iglesia en manos de Pedro, no célibe. ¿Por qué ‘creer’ en una parte de la ecuación y no en la otra? 

Quizás esta discusión sea interminable. Pero la pregunta en cuya respuesta puede estar la solución al enigma es indagar el por qué Jesús optó por el celibato.

Pero para responder a esta pregunta, es preciso formular otra: ¿Es posible contestar aquella pregunta? En otras palabras, ¿Hay indicios serios que permitan orientar, así sea a título hipotético, una posible respuesta? 

Mi convicción es que sí, y este es el propósito del ensayo.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

¿el celibato posee una explicación racional?




Intentemos una respuesta. Hay un obstáculo ‘cultural’ y es la noción de ‘intangibilidad’ de la voluntad de Dios, y si Jesús es Dios, mal podremos tratar de ‘adivinar’ cuál es su intención. Por ‘cultural’ quiero expresar el ‘acostumbramiento’ que por siglos ha tenido la humanidad al tratar de entender las Escrituras, cuyo lenguaje metafórico y simbólico ha sido visto más cerca del mito que de la realidad.

Pero, paradójicamente, quienes se han valido de este ‘obstáculo cultural’ para reafirmar el dogma, han afirmado que el ser humano fue hecho a ‘imagen y semejanza’ del Creador. Se otorga pues, un principio de entendimiento.

Así que, es posible atreverse a incursionar en este interesante tema.

El celibato en tiempos de Jesús hay que entenderlo como un hecho extraordinario en una sociedad muy conservadora, apegada a sus tradiciones donde la prole, más allá de ser los hijos, son los encargados de continuar un mensaje, los testimonios del pueblo, los herederos.

Por tanto, como su celibato fue una decisión ‘extraña’, culturalmente no aceptable, debió tener una motivación muy poderosa, más allá de las razones pragmáticas, ajustadas estas a las rudas obligaciones de trabajo que implica una ‘campaña pública’ que lo llevaría a muchos rincones de su geografía. Si este hubiese sido su ‘motivo’, mal haría en señalar como discípulos suyos a personas con obligaciones familiares. No hay que olvidar que la historia menciona que no fueron ellos quienes se ofrecieron sino que estos fueron escogidos por Jesús mismo. Quiere decir que no se trató de individuos que querían ‘irse de aventuras’ soslayando a sus familias.

¿Problemas de Jesús con la mujer? Hay que tener en cuenta que el hecho de contraer nupcias en tal sociedad, no era cuestión de gustos o tendencias personales. Había que hacerlo. Y si alguien descubría apatía, sería después del rito, rito que se hacía en edades juveniles. De haber tenido Jesús alguna razón de esta índole que le alejara de las mujeres, con toda seguridad no se habría ‘salvado’ del matrimonio. Debió ser una razón más poderosa que cualquier indisposición personal, razón que le acompañó desde épocas muy precoces de su vida.

Si no era indisposición por la mujer, entonces estaremos abocados a otro hecho que no debe pasar desapercibido: Lo que Jesús quería no era no casarse, sino ‘no tener prole’ (que era el mandato cultural). Pero, ¡¿guarda esto alguna ‘lógica’?! 

Como Jesús pudo haberse sentido promotor de un cambio radical y querer plasmar un legado en las costumbres de su pueblo, estamos por tanto frente a un hecho mucho más interesante: El ‘problema’ de Jesús no era ninguna indisposición frente a las mujeres, ni siquiera frente al matrimonio, sino frente a sus ‘hijos’, sus testimonios, sus herederos.

Pero si este era el ‘problema’ de Jesús, no le impediría el matrimonio. Pero no parece ser esta la forma de razonar desde la cultura de Jesús, donde casarse era más que para tener mujer, lo era para 'tener hijos'. Si así fuere, Jesús fue sensato en no dejar ‘plantada’ a ninguna mujer, casándose con ella, sin darle prole.

Lo primero que surge ante tal planteamiento, es que quien así piense es porque cree o sabe de ‘algo’ que no desea transmitir a sus hijos. Este temor, muy común, es motivo de gran preocupación de incontables padres frente a múltiples patologías hereditarias, reales o imaginarias.

Entonces el tema nos lleva a una encrucijada: el celibato tradicionalmente se ha entendido como el hecho de no contraer nupcias, y más popularmente como no sostener relaciones de pareja, y la Iglesia ha tomado esta conducta como un medio ‘expiativo’, no muy lejos de un ‘castigo’ autoinflingido, sólo superado por el ‘amor’ a Jesús.

Pero, a juzgar por lo dicho, si Jesús no pensó nunca en ‘castigarse’ a sí mismo, sino, por el contrario, en no ‘castigar’ a su prole transmitiéndole ‘algo’ que no deseaba que ocurriese, entonces hay un grave error de perspectiva en la comprensión histórica de este tema.

Así las cosas, para resumir, Jesús lo que perseguiría no era negarse la relación de pareja sino más allá, no ser ‘padre de familia’ en las condiciones que Él pensaba que eran incorrectas. 

Ahora la pregunta que nos podría acercar al dilema, ‘sí o no’ al celibato sacerdotal (y lo más importante, por qué), proviene de indagar cual era ese ‘algo’ que Jesús se negó a transmitir a su prole.

El celibato, ¿bioética, sacrificio personal?

Antes de explorar el meollo del posible por qué del celibato de Jesús, podemos anticipar, para ubicarnos en el terreno, que entendido el matrimonio, bajo las condiciones culturales de la época de Jesús, como el acto bajo el cual se obtiene el derecho a la procreación, resulta claro, al tenor de lo expresado, que si Jesús no se casó, no fue para no unirse a una mujer sino para no ejercer ese derecho, para no tener descendencia (hay que abonarle su honestidad con la mujer, pues bien pudo casarse y aun así, no ejercer ese derecho).

Parece lo mismo pero hay diferencias sustanciales. Y estas diferencias están en las motivaciones. No puede ser igual (aunque sus efectos son semejantes) renunciar a la mujer, que renunciar a la prole.

La primera encuadra en un ambiente típicamente inmanente (sólo afecta a quien toma la decisión), y la segunda es claramente trascendente, porque los efectos que se buscan no están en el actor sino en la descendencia. En términos actuales, una actitud típicamente bioética. El art. 16 de la declaración UNESCO sobre bioética y derechos humanos habla, respecto de la investigación científica en humanos, de la "protección de las generaciones futuras, donde se debe tener en cuenta las repercusiones de las ciencias de la vida en las generaciones futuras, en particular en su constitución genética". Este principio encaja perfectamente en la hipótesis propuesta en este ensayo. 

Y estas diferencias a las que me refiero no son meramente filosóficas o teóricas. Tienen que ver directamente con la práctica de la Iglesia sobre el celibato. 

Si se lanza a los sacerdotes al celibato, entendido como la renuncia a la unión con la mujer, bordeando el ‘sacrificio personal’ en ‘imitación ritual’ a Jesús, nada más erróneo que esto, porque Jesús estaría pensando en otras proyecciones, diferentes a la renuncia de un derecho personal, y por tanto se está lejos de ‘imitarlo’.  

Y aún más todavía, dentro de este curso de ideas, ni siquiera se trataba de renunciar al derecho a la descendencia, sino de no ‘transmitir algo’ a su progenie.

Ya vimos que ese ‘motivo’ no está registrado en los reportes (evangelios) de sus discípulos. Hay que buscarlo, entonces, en otro aparte de las Escrituras.

el celibato, sí, pero ¿cual pecado?



Y aunque se piense que tal búsqueda implique todo un ‘magister’ en Biblia, más aún exhibiendo, como en mi caso, una vasta ignorancia en la Biblia, resulta sorprendentemente sencillo.

Basta simplemente con aceptar una premisa: el proyecto de Jesús estaba orientado a ‘librarnos’ de pecado, y éste, según las Escrituras, fue introducido por Adán y Eva. Este es el quid del asunto. La pregunta que surge es ¿qué relación tienen Adán y Eva con su celibato? Significa que simplemente debo hojear la Biblia y dirigirme a los apartes pertinentes sobre estos personajes: El Génesis.

El problema está, como en todo, no en el texto sino en su interpretación. 

Tuve la oportunidad de adelantar un ensayo (www.paraisobiblico.blogspot.com), donde, grosso modo, se plantea secuencialmente algunos aspectos alusivos a la creación del hombre y su ulterior caída en el pecado, y resulta (aunque hipotéticamente) coherente con la noción de San Agustín por la cual la "transmisión del pecado original" se lleva a cabo "de generación en generación mediante el acto de la procreación". La 'mancha' del pecado original, no parece ser un mero término metafórico o abstracto; está asumida como una alteración genética generadora de muerte y proclividad al desorden, y se transmite genéticamente, de allí, hereditaria.

En este orden, el ‘pecado’ pertenece  intrínsecamente a la naturaleza humana, a su genética (todo apunta a que en su expresión mendeliana dominante), y basado en esta noción, así sea hipotética, resulta ‘sospechosamente’ coherente con el celibato de Jesús.

Así planteado, el raciocinio es simple: si el pecado original se transmite de 'generación en generación mediante el acto de la procreación', si no se ejerce el acto de la procreación, no se transmite el pecado original. Y si Jesús vino precisamente a combatirlo, caería en grande incoherencia al procrear hijos ‘intrínsecamente pecadores’. (Recordemos en Gregorio Mendel, que el hijo hereda por igual las características de sus padres, y que si bien, Jesús carecía de 'pecado', su esposa, no, y por vía materna, se trasmitiría la tara genética de la proclividad al desorden y a infringir la ley).

Un esquema mendeliano podría explicar lo antes dicho: 

   P+P+ = pecador homocigoto; 

   P-P- = no pecador homocigoto; 

   P+P- = pecador heterocigoto




Según esto los hijos de Jesús heredarían el alelo 'pecador', por tanto estaría, no combatiendo el pecado, sino promoviéndolo.

Es coherente (así sea hipotéticamente), entonces, que Jesús no tuvo hijos, para no constituirse, a la manera de San Agustín, en ‘transmisor del pecado original’.

Hay allí, si se quiere, mucha tela para cortar, pero el tema del celibato ha de ir, mucho más allá, que el simple hecho de negar la relación de pareja. 

Si hemos de hacer un resumen propositivo, debe pensarse en una sencilla ecuación, nivel de matemática elemental: Jesús, célibe, fundó su Iglesia; Pedro, no célibe, su representante. Despejando esta fórmula, su respuesta no puede ser más obvia: el celibato es optativo. 

Bajo este planteamiento (así sea hipotético), puede significar que adoptar el celibato  para no constituirse en ‘transmisores del pecado original’, es una opción muy piadosa, muy legítima, muy real (no es simbólica) y además, si voluntaria, más edificante.


martes, 8 de noviembre de 2011

el celibato, ¿una respuesta política?



Hemos incursionado en terrenos poco explorados como tratar de ‘adivinar’ el motivo del celibato de Jesús y hemos avizorado una razón ‘verosímil’, porque en sí misma es racional y hasta lógica: no transmitir a su descendencia el pecado original.

Aunque, si bien es cierto, la naturaleza del ‘pecado original’ es un tema que aun pertenece al ‘tabú’, cualquiera que sea esta, no hay duda de su existencia, y como tal, resulta absolutamente normal que Jesús ‘desee’ abolirlo, máxime si se acepta que lo haría mediante su resurrección.

Y también planteamos la ‘fórmula magistral’ para el ‘manejo’ del celibato:

JESÚS CÉLIBE + PEDRO NO CÉLIBE = CELIBATO OPTATIVO

Pero ¿por qué optativo, y no de una vez por todas, lo uno o lo otro?  La respuesta no ha de estar en la filosofía, no ha de estar en la teología ni en alguna ideología. No.  La respuesta a esta pregunta ha de estar en la realidad monda y lironda. Tal vez, en la política.

Por una sencilla razón: el matrimonio, en cuanto sacramento, es ‘materia profesional’ del sacerdote, en la misma forma que la construcción lo es para el ingeniero, el proceso judicial para el abogado, la salud del paciente para el médico, etc, y así como el éxito profesional de estos es independiente (o suele serlo) del éxito de su matrimonio, no se puede decir lo mismo del sacerdote.


El divorcio de un sacerdote compromete automáticamente su ‘idoneidad profesional’ (ante sí mismo y ante la sociedad) al igual que la caída de un edificio para el ingeniero, un mal proceso judicial para el abogado, etc, etc.

Significa esto, que si bien es cierto el sacerdote puede ejercer con todas las de la ley su ministerio casado o soltero, el riesgo de la idoneidad de su ejercicio profesional es muy grande cuando su éxito está vinculado estrecha e inherentemente al éxito de su matrimonio. Y no voy a mencionar la multiplicidad de factores (económicos, sociales, laborales, psicológicos…) que conlleva como para que su éxito esté garantizado por el hecho de ser sacerdote.

Pero antes de continuar, es preciso absolver esta cuestión: ¿Quién opta?

Habida cuenta que Jesús, el generador de toda esta temática, al formar un grupo sobre el cual iría a delegar las funciones de su Iglesia, creó, de suyo, una ‘Institución’, con jefe y todo, y como tal, ‘administra’ sus funciones, y de paso a sus ‘funcionarios’, y, como se dice, ‘se reserva los derechos de admisión’.

Y el quid del embrollo está justamente en este aspecto: Siendo optativo, quien opta es la Institución. Y de cara al alto riesgo que conlleva el éxito del matrimonio del sacerdote, la respuesta ‘política’ es automática: El celibato.

Es por esto que al celibato lo podremos ver con el lente que tengamos a la mano: o como un don procedente del cielo, o como la mejor forma de amar a la humanidad, o como una forma para no transmitir el pecado original, o como una tontería de la Iglesia, o como un pragmatismo mondo y lirondo. Todas son verdaderas.

Y es bueno que también sea visto como una decisión política. Y también es bueno que sea cierto. Porque así es materia transaccional. Pero el veneno (y el reto) está en garantizar el éxito del matrimonio del sacerdote.

Como recientemente el sínodo de obispos (en corrección a su antigua ley) se pronunció en el sentido que el celibato no es esencial para el ejercicio del sacerdocio, es clarísimo que no está prohibido, y es claro, por supuesto, que los sacerdotes pueden aspirar legítimamente al ejercicio de su ministerio como casados.

El problema está, entonces, en ponerle el cascabel al gato.

Desde luego que habrán casos en los cuales el éxito matrimonial del sacerdote tenga todos los factores que lo garanticen, pero, como en todas las instituciones, la Iglesia corta por lo sano ‘generalizando’ la opción del celibato cuidándose así del riesgo, pagando ‘justos por pecadores’, como se dice vulgarmente.

El ‘problema’ no está, pues, en el celibato sino en el matrimonio, o mejor, en el divorcio del sacerdote: ¿a qué términos se reduciría el tema de la familia en la homilía de un cura divorciado?. Y, por ende, la discusión ha de centrarse en cómo garantizar el éxito del matrimonio para un exitoso ejercicio profesional del sacerdote, tema en sí mismo mucho más proactivo que la estéril discusión del celibato. 

Y si lo traducimos al atajo del ejercicio de la homosexualidad o a la gravísima aberración de la pedofilia, vemos en estas repudiables prácticas un profundo trastorno psicosexual derivado (muy probablemente en no pocos casos) de la 'negación forzada' del legítimo ejercicio de la relación de pareja, y no como el ejercicio heroico y varonil de imitar a Jesús, quien se propuso a combatir el 'pecado original', la mancha genética inductora de muerte y proclividad al desorden, trasmitida 'de generación en generación mediante el acto de la procreación'.


Como corolario, y a título de reivindicación a la mujer ‘separada’ injustamente en un celibato mal entendido, me atrevo a afirmar que es absolutamente justa su demanda de estrecha participación ritual: a la mujer le pertenece, de principio a fin, el momento más característico de la vida de Jesús.


Habida cuenta que los apóstoles brillaron por su ausencia, escondidos por el temor a la persecución generada por la suerte de su Maestro caído en desgracia ante su propio pueblo y los romanos, nada más cierto históricamente que es a la mujer a quien le corresponde presidir aquellos momentos de memoria de la resurrección, puesto que fue una mujer quien llevó esta noticia a los apóstoles y al mundo.

Sé que así no piensa la Iglesia, pero es una buena propuesta. Fin.